Aquellas personas quienes han hecho bromas acerca de la propuesta de Armando de la Cruz, presidente de la Asociación Nacional de Hoteles y Moteles (ANHM), la cual consiste en convertir en museo lo túneles que hizo “El Chapo” Guzmán para moverse en Culiacán, quizá podrían hacer un poco más de reflexión en este tema.
Ya que por definición un museo es un lugar donde se guardan objetos y testimonios de valor cultural, los cuales tienen varias interpretaciones.
En diversas partes del mundo hay museos que involucran aspectos enjuiciables de la actividad humana, para reflexionar en sus consecuencias.
Como el campo de concentración de Terezín, República Checa, uno de los más sanguinarios y siniestros durante la Segunda Guerra Mundial.
Hoy es un atractivo turístico ver dónde se apostaba un nazi con un rifle para tirarle a los prisioneros judíos mientras caminaban en círculo, como una cima de la crueldad humana.
Igual que los campos de Vietnam, que conservan las trampas dispuestas para martirizar a los soldados estadunidenses, quienes por cierto invadieron ese país.
En ambos casos hay una historia y una narrativa interesantes, orientadas a que eso no pase más.
"El Chapo" construyó una red de corredizos subterráneos debajo de Culiacán y fue atrapado en un departamento de clase media, muy distinto a lo que podría imaginarse cualquiera respecto al zar de las drogas.
Por supuesto, el morbo sería el principal motor para conocer los túneles, pero una historia contada con inteligencia no sólo atraería visitantes sino que llamaría a la reflexión sobre el papel de un Estado que está probando ser más eficaz.
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